22 junio 2012

Blanco como la nieve





A Dafne ya los brazos le crecían
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos qu'el oro escurecían;

de áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros que aún bullendo'staban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol, que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,
que con llorarla crezca cada día 

la causa y la razón por que lloraba!

(Garcilaso de la Vega)








El abrigo de Narcisus ya no era blanco, se había tornado marrón tras mucho camino recorrido tras las pistas de Argos y Dido, aderezado por múltiples manchas de nata que tornábanse rojas en contacto con la piel; la pluma que antaño usase para escribir poesía, había sido jubilada en tan bucólica tarea y ahora trabajaba a jornada completa escribiendo crónicas en prosa pura y dura. 

Las últimas noticias que tuvo de Dafne eran que los cabellos que fueron plateados ahora semejaban estar chamuscados por el fuego, negros como el tizón y con una ondulación que haría palidecer a los musgos que crecen adheridos a las rocas más yermas. Incluso el nombre que tantas veces hizo a Narcisus recordar el relato mítico de la ninfa había sido modificado, adoptando otro cuya simpleza le impedía recordarlo.

Todo había cambiado, también la rubia cabellera del poeta idealista, que aún manteniéndose en colores tan claros que podía ser identificado e individuado a varias leguas de distancia, había adquirido un tono grisáceo causado por las preocupaciones y los desvelos diarios.

Revisando los viejos papeles y pergaminos del archivo andante que a lo largo de su vida había formado, encontró un retrato que un desconocido hizo al borde de un camino en el que aparecían Jasón, Dido, Dafne y él mismo. Una lágrima emergió de sus ojos, se deslizó por sus mejillas y fue a caer sobre el abrigo, creando un manchón blanco como si un ave hubiese defecado en él.