20 enero 2013

Días de rosas.


Érase una vez una floricultora especializada en rosas, sus hibridaciones eran famosas en toda la provincia y cuyas rosas eran demandadas en todo el país por la fragancia que desprendían y la hermosura que demostraban.

Un día en plena temporada, se sintió indispuesta, llamó al médico y éste le recomendó reposo durante una semana, así que convocó a sus siete hijas y les dijo así.

-Durante estos siete días que yo no podré cuidar de la rosaleda os encargo que cada día sea una de vosotras la que corte las rosas floridas y las lleve al mercado. Como ya sabéis los rosales responden a vuestros sentimientos, así que podréis tomar una rosa el día que os corresponda y disponer libremente de ella.
El primer día la encargada de la rosaleda fue Inés, la benjamina de la familia.

Por la mañana cortó las mejores varas recién floridas y tomó una rosa blanca con el tallo corto para adornarse el cabello.

Tras esto llevó las rosas al mercado, que como siempre fueron las primeras en venderse y al volver de camino a casa coincidió con una compañera de juegos a la que regaló la rosa blanca.
El segundo día la encargada de la rosaleda fue Amelia, algo mayor que Inés.

Por la mañana cortó las mejores varas recién floridas y tomó una rosa rosada con el tallo corto que colocó en el escote.

Tras esto llevó las rosas al mercado, que como siempre fueron las primeras en venderse y al volver de camino a casa se desvió para ver a un amigo por el que empezaba a tener sentimientos amorosos; le dio la rosa a su amigo, que la acompañó a casa tomándole la mano.

El tercer día la encargada de la rosaleda fue Pilar, la hermana en plena adolescencia.

Por la mañana cortó las mejores varas recién floridas y tomó una rosa roja que sujetó en el cinturón.

Tras esto llevó las rosas al mercado, que como siempre fueron las primeras en venderse y al volver de camino a casa aprovechó para pasar por casa de su enamorado, juntos arrancaron los pétalos de la rosa y dieron rienda suelta a la pasión.

El cuarto día la encargada de la rosaleda fue Genoveva, una de las hermanas gemelas.

Por la mañana cortó las mejores varas recién floridas y tomó una rosa rosada, muy fragante para adornarse el cabello. Al coger la rosa se pinchó con las múltiples espinas.

Tras esto llevó las rosas al mercado, que como siempre fueron las primeras en venderse y al volver de camino a casa, su novio con el que llevaba años saliendo la dejó partiéndole el corazón. La rosa volvió a casa en la cabellera de Genoveva, que la dejó junto a su almohada para que perfumase la estancia.

El quinto día la encargada de la rosaleda fue Gabriela, la hermana gemela de Genoveva.

Por la mañana cortó las mejores varas recién floridas y tomó una rosa amarilla, que resaltaba el cabello rubio que ella tenía.

Tras esto llevó las rosas al mercado, que como siempre fueron las primeras en venderse. Al volver al casa le hubiese gustado tener a alguien a quien regalar la rosa, así que envidiando a su hermana Genoveva la trajo de vuelta a casa y la dejó junto a la de su gemela, pero esta no olía.

El sexto día la encargada de la rosaleda fue Tatiana, una de las hermanas mayores.

Por la mañana cortó las mejores varas recién floridas y tomó una rosa de un rojo tan intenso que parecía negra.

Tras esto llevó las rosas al mercado, que como siempre fueron las primeras en venderse y al volver de camino a casa se acercó al cementerio para dejarla sobre la tumba de su padre, que había muerto cuando su hermana Inés todavía gateaba.

El séptimo y último día la encargada de la rosaleda fue Rebeca, la mayor de las hermanas.

Por la mañana cortó las mejores varas recién floridas y tomó la rosa más extraña que nunca había visto, una rosa regenerada.

Tras esto llevó las rosas al mercado, que como siempre fueron las primeras en venderse. Al volver a casa comenzó a llorar por una pareja que no fraguó; las lágrimas no le dejaban ver el camino, así que tropezó y cayó al suelo; afortunadamente las manos de un caballero le ayudaron a levantarse, había reencontrado el amor. El caballero era el nuevo médico que venía de casa de la floricultora de certificar que todo volvía a la normalidad.