22 abril 2014

De glicinias y otras flores.

Siguiendo los tallos de las glicinias que crecen desde el cauce del Arlanzón hacia lo alto, escalando por los sillares de piedra caliza, el dulce aroma de las flores de un violeta pálido penetraba en mi nariz y me invitaba a ascender yo también al paseo.
Al poco de haber subido, mis ojos divisaron entre los castaños de Indias unas pequeñas masas que fluctuaban entre el blanco inmaculado hasta un rosa apasionado casi rojo pasando por un amarillo con apariencia de oro a la luz del astro rey.
Casi sin quererlo y sin poder evitarlo mis piernas me llevaban a uno y otro lado del paseo, mis ojos creaban instantáneas en mi cerebro mientas mis dedos pretendían inmortalizarlas a través de la cámara de fotos.

El viento agitaba las hojas y flores de los árboles dificultando la tarea realizada por mera diversión y recordando lo efímero de la belleza aunque a veces nos empeñemos en hacerla perdurar más allá de su soporte material.
Allí, en medio de las verdes ramas de un castaño, a la altura de la vista crecía una inflorescencia con forma cónica. Repleta de olorosas flores blancas moteadas de rojo y amarillo. Me recordaba un árbol de navidad nevado desarrollándose a modo de abeto que desea acercarse al cielo y no pude cesar en mi empeño por hacer perdurable las efímeras formas. Me acerqué, enfoqué a la susodicha flor y con la inmediatez de una tecla convertí lo efímero en perdurable, lo utópico en real, el sueño en vívida realidad. Había tomado una fotografía.
Continué caminando a uno y otro lado del paseo, soñando despierto, viviendo un sueño y salí del paseo dejando a un lado el Instituto de la Lengua, captando en imágenes las sensaciones que más tarde pondría por escrito.

Así pasé una tarde más de mi vida, inspirándome para poder compartirla con los lectores de mi blog, aquellos que espero en algún momento se pronuncien sobre las sensaciones que les suscita.

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