El día amanece y la niebla que ocultaba el sol se iba levantando poco a poco dejando a la vista una mañana luminosa y vibrante.
Poco después de mediodía es el momento idóneo para acercarse a un pequeño santuario cuya energía natural estaba cargada de vibraciones sanadoras, caminando sobre la alfombra de verdes hierbas que cubren la madre tierra, bajo la bóveda celeste con sus tonos azules y blancos, a través de los troncos de los pinos que funcionan a modo de columnas, las ramas de los árboles que forman nervios, tracerías flamígeras y entre las cuales imagino vidrieras y un arcoíris de matices de luz coloreada.
La energía sigue moviéndose y se dirige a lo alto del cerro, golpeado por el viento y besado por el sol, alimento para el cuerpo y descanso para el alma, una conversación agradable y un brazo que con firmeza dirige su mano por la cintura en un abrazo que fabrica un sentimiento de protección e intenso bienestar.
Y la energía sigue fluctuando. Un jarrón de vidrio con luces, un cactus con flores marrones y unas verduras regadas por un caldo de la Ribera. Cuatro chispazos de consumismo y poco a poco la luz se va desvaneciendo. Un tímido beso y una despedida, un hueco vacío en la ciudad y otro en el corazón.
El sol se va ocultando entre la niebla que poco a poco comienza a emerger de las corrientes de agua. Al atardecer el nivel de luz y humedad es exactamente el mismo que al principio del día; anochece y la niebla oculta en sus entrañas la luna.
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