22 agosto 2014

Besos con Napoleón III ó el desconocido del lago

20 de abril, 17:30:

Acabo de llegar con mi Renault 25 gris antracita al parking junto al Lago de Sainte-Croix, lo aparco junto a otro vehículo con cuidado de no chocar contra los árboles que flanquean el paraje y me dispongo a una tarde de sol y diversión.
20 de abril, 17:50:

Como todos los años por estas fechas en la playa empiezan a aparecer los primeros bañistas y el bosque adyacente a llenarse de hombre en celo, prácticamente ninguno de interés, hasta que aparece un caballero de unos 40 años, con la cabeza rapada, barba y bigote que llama mi atención.
20 de abril, 18:10:

Inmediatamente nuestras miradas se entrecruzan y como por arte de magia la conversación fluye como el agua del lago. Al cabo de unos minutos por mi cabeza flotan pensamientos impuros, desde acudir al bosque a liberar hormonas juntos hasta profanar el lago con gemidos y contacto piel con piel. 

Lamentablemente se me ha hecho tarde, he quedado para cenar con mi amigo Henry, así que mientras caminamos hacia la explanada donde he aparcado me dirijo a mi interlocutor.

— Se me ha hecho tarde, me tengo que ir.
— Vale pero dame un beso.—me responde al tiempo que nos damos no uno, sino dos besos en las mejillas, éste último un poco más cercano a la boca.
—Tres...— le respondo mientras junto sus labios con los míos y dejándonos llevar por la pasión nos fundimos en cálidos besos.
— Para ya, que vas a llegar tarde; además estamos en medio del parking.

Y así fue como Napoleón III y yo nos besamos al despedirnos.

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