03 diciembre 2016

Luz

El día amanece y la niebla que ocultaba el sol se iba levantando poco a poco dejando a la vista una mañana luminosa y vibrante.

Poco después de mediodía es el momento idóneo para acercarse a un pequeño santuario cuya energía natural estaba cargada de vibraciones sanadoras, caminando sobre la alfombra de verdes hierbas que cubren la madre tierra, bajo la bóveda celeste con sus tonos azules y blancos, a través de los troncos de los pinos que funcionan a modo de columnas, las ramas de los árboles que forman nervios, tracerías flamígeras y entre las cuales imagino vidrieras y un arcoíris de matices de luz coloreada.


La energía sigue moviéndose y se dirige a lo alto del cerro, golpeado por el viento y besado por el sol, alimento para el cuerpo y descanso para el alma, una conversación agradable y un brazo que con firmeza dirige su mano por la cintura en un abrazo que fabrica un sentimiento de protección e intenso bienestar.

Y la energía sigue fluctuando. Un jarrón de vidrio con luces, un cactus con flores marrones y unas verduras regadas por un caldo de la Ribera. Cuatro chispazos de consumismo y poco a poco la luz se va desvaneciendo. Un tímido beso y una despedida, un hueco vacío en la ciudad y otro en el corazón.

El sol se va ocultando entre la niebla que poco a poco comienza a emerger de las corrientes de agua. Al atardecer el nivel de luz y humedad es exactamente el mismo que al principio del día; anochece y la niebla oculta en sus entrañas la luna.

12 noviembre 2016

Un buenorro viene a verme

Doce de la noche, sentado en el sofá de terciopelo con el móvil en la mano, whatsapp echando chispas y conversaciones interminables que parecen fluir.

Unos ojos que se cierran y se entreabren, incipiente dolor de cabeza y de pronto un bostezo, tomo aire y siento como los brazos se hacen cada vez más pesados y la respiración más pausada y profunda.

Tres días después ahí está frente a mí, con su cabello largo, dorado y con unas ondulaciones perfectas, barba rubia y rostro lleno de efélides.

Un breve paseo por las calles adoquinadas y un vino dulce en esa mañana de niebla, que poco a poco se va disipando, un canapé y un aperitivo cultural.

Luego de disfrutar de las vistas desde una de las torres de acceso a la ciudad medieval, nos acercamos a comer en un lugar relajado bajo un cielo despejado y soleado, una conversación que continúa fluyendo y las manecillas del reloj que a ritmo lento y constante nos van robando momentos que disfrutar.

Es hora de irse, nos damos dos besos y yo reclamo un tercero. Nos damos un tímido beso en el mismo momento que el reloj da tres campanadas.

En la tercera campanada me despierto en el mismo sofá de terciopelo verde en el que me había quedado dormido tres horas antes, teléfono móvil en el suelo sin apenas batería, whatsapp abierto en un mensaje que reza —Disfruta mucho del lugar a donde vueles esta noche.

11 octubre 2016

Cerca... ...Lejos

A riesgo de parecer un capítulo de Barrio Sésamo hoy toca la diferencia entre cerca y lejos.

Comúnmente entre la gente que busca sexo cuando son de barrios diferentes ya se considera lejos pues no es práctico desplazarse un par de kilómetros más para un frungimiento efímero.

La duda que me asalta ahora mismo es ¿hasta dónde es cerca o lejos cuando hablamos de asuntos del corazón? Es decir, ¿hasta dónde somos capaces de mover el culo por amor?

Yo como kamikaze emocional que soy me he planteado conocer a alguien con quien aparentemente había conexión a 500 km de distancia, también a 150 y 120. Quizás hubo conexión, o hubo conexión solo por una parte o quién sabe si sólo fue una ensoñación y ni era conexión ni era nada.

¿Serán 110 kilómetros cerca? ¿Estará la pieza del puzzle a una distancia alcanzable? ¿Realmente encajaba la pieza en el hueco?

Seguiremos haciendo puzzles y comprobando si la pieza que encaja es la que está en el otro extremo de la mesa o la última con la que se intenta rellenar el hueco existente.

13 septiembre 2016

Llévame en tu bicicleta

Ayer atravesaba los puentes sobre el Sena y hoy me encuentro en la Ciudad Eterna, camino casi rozando las zapatillas sobre las rugosidades del pavimento llevando mi bicicleta junto a mí.

Sé que no puedo montar en ella porque las oleadas de turistas me lo impiden y me detengo frente a la Fontana di  Trevi, observo en torno a mí, me apetece un helado, así que dejo la bicicleta de pie en medio de la plaza, me hago con un helado de pistacho y vuelvo a ella para seguir conversando con un grupo de españoles.



Apenas he retirado la vista de la bicicleta dos segundos, los suficientes para que la bici plegable verde que tenía a mis espaldas y hasta hacía un minuto me pertenecía haya cambiado de dueño. Un amigo de lo ajeno vestido de negro se aleja a toda velocidad sin darme opciones para recuperarla.

Era la bicicleta que me había comprado con mi primer sueldo, con su color verde brillante, sus cambios de marchas y sus ruedecitas pequeñas que te hacían pedalear a lo loco, todo ello plegable para que cupiese en la terraza y ocupase lo mínimo.

Unas horas más tarde recibo una llamada, veinte minutos de duración y una mala noticia, me han robado la bicicleta.

22 julio 2016

Reencuentro con Don Diego López de Haro


Desde ese encuentro en la villa del señor no he parado de pensar en aquel día, así que tras mucho planearlo finalmente me lancé a una nueva aventura.


10:00 De nuevo pongo pie en la noble villa, una vez allí dirijo mis pasos hacia el este y una vez en la encrucijada hacia el norte hasta llegar a la ribera del Nervión. Atravieso la corriente y llevo a cabo una serie de documentación que necesitaba.

12:00 Bombones para quienes trabajan eficientemente, mis pies se dirigen a la muestra del Museo de Bellas Artes, donde me entretengo un par de horas, deleitándome con las texturas, los volúmenes y las pinceladas, a veces furiosas, otras sutiles y delicadas.

15:00 Cita junto al lugar en el que nos despedimos por primera vez, juntos caminamos y damos buena cuenta de un plato de verduras especiadas y carne adobada. De postre bombones derretidos bajo el sol de julio.

16:00 Recorrido hasta Sopela, mi primera experiencia en una playa nudista. Descubro la existencia de las playas nudistas mixtas y el placer que puede significar bañarse sin ropa y dejar que la piel se seque al sol antes de volver a cubrirse con ropa para tomar un poco de los últimos rayos de sol.

19:00 Mi vehículo parte de nuevo dejando tras de mí lo que he vivido, a lo que he renunciado, lo que he hablado y callado.

01 febrero 2016

Chocolate con churros


Madrid, 26 de enero de 1952

Los copos de nieve comenzaron a caer dulcemente en la Plaza de Chamberí mientras en la boca de metro yo esperaba con una mezcla de ansias y miedo la llegada de la persona que había introducido en el bolsillo de mi abrigo un papel doblado en cuatro con unas indicaciones precisas: Estación de Plaza Chamberí 19:30 

Sujetaba ese papel raído entre los sucios dedos desnudos, carentes de la protección de unos viejos mitones, escudriñando con la mirada los trazos del escrito cuando frente a mí se detuvo un caballero. Venía vestido de manera elegante, parecía de clase acomodada y a juzgar por las apariencias me llevaba unos quince años de ventaja. Me miró a los ojos y me indicó que lo siguiese.

Al llegar a la Calle Españoleto, dobló la esquina y se dirigió a un local situado en la acera de enfrente; era la Chocolatería la Real, que regentaba una clienta del taller de costura, ni muy adinerada ni carente de recursos. Al verlo entrar en ella dudé si seguirlo y entrar o quedarme fuera y olvidarme de ese asunto. Finalmente me armé de valor y yo misma abrí la puerta del establecimiento, haciendo sonar la campanilla y me senté a la gélida mesa de mármol junto al individuo desconocido.

Nada más colocarme frente a frente con el caballero, pidió otro chocolate con churros, por lo que deduje que ya había pedido otro para sí mismo. Me quedé mirando la decoración del local, un tanto desigual e incluso caótica y cuando me percaté del espejo adherido al muro en el lateral me di cuenta de la extraña pareja que hacíamos, él elegante y con cierta madurez; y yo más joven y desaliñada.

Entonces la camarera llegó con una gran bandeja ovalada, colocó dos tazas de chocolate con nata una junto a la otra, como si quisiesen abrazarse por el asa; y en medio de la mesa, una fuente repleta de churros recién fritos, ardientes y muy azucarados. El caballero tendió un billete de 25 pesetas y añadió un generoso "Quédese con el cambio". La camarera volvió detrás de la barra con una sonrisa.

El caballero en ese momento acercó su silla a la mía, posó su mano pobre mi pierna y desveló su identidad, era el hijo de la Señora Esteban, por tanto era el hijo de mi jefa. Estuvimos charlando una hora de cosas banales mientras templábamos el cuerpo con la calidez de los churros empapados en chocolate , lo cual se agradecía en una tarde tan fría como aquella. Cuando quedaba ya poco chocolate en su taza me pidió que acercase mi cara a la suya para decirme algo al oído. No alcancé a escuchar lo que me dijo, recuerdo que tras esto sólo pude mirarle a los ojos y dejar que sus labios chocasen con los míos, deslizándose como el chocolate fundido sobre una tarta de bizcocho.

Una hora después salimos de la chocolatería. La calle que al entrar estaba mojada ahora estaba blanca, cubierta de una capa de varios centímetros de cristales de nieve. El hijo de mi jefa me fue marcando el camino hasta llegar de nuevo a la Plaza de Chamberí, donde se despidió de nuevo con un beso ardiente antes de deslizarse por las escaleras y desaparecer por la boca de metro para tomar el último tren. Yo me quedé un par de minutos más mirando la nieve caer. Luego me dirigí a casa entre eufórica e incrédula.