16 junio 2014

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Los domingos por la mañana eran los momentos de esparcimiento y lectura tirado en la cama, de whatsappeo en el grupo de los filósofos, los momentos en los que informaba de mis avances con el libro que hoy por fin he terminado.

 
Alguien me dijo una vez que las relaciones son como los libros, que si se está incómodo con una relación es absurdo quemar tiempo a lo tonto, lo mismo que no vale la pena leer un libro que no te gusta. Sin embargo, este libro me ha gustado y se ha acabado.

¿Qué paralelismo hay entre las relaciones que se terminan sin terminar de ser relaciones y la literatura?


Cítricos

"Mientras llega mi media naranja, voy comiendo mandarinas."


O limas, o kumquat, o calamondines, o pomelos, o limones, o bergamotas, o mano de Buda, o cidras...

Al fin y al cabo hay mil variedades de cítricos, imposibles de clasificar en especies por la multitud de híbridos entre ellas. Últimamente le doy bastantes vueltas a la idea de que encontrar alguien que te complemente es infinitamente más fácil en una gran ciudad en la que hay más variedad donde elegir, más gente para conocer y menos competencia en términos relativos.

Entonces llega el momento en el que te das cuenta de que aquella persona a la que intentas conocer, vive en una ciudad más grande y a la vez piensas que lo tiene más fácil que tú, un chico que vive en una ciudad de provincia y te resignas a quedarte solo el resto de tu vida.


Así es la realidad, cruda como los cítricos.

El limón mano de Buda para quien todavía no lo conozca.


09 junio 2014

Fragmentos oníricos

No recuerdo si fue ayer o anteayer tuve un sueño aunque según como se mire se puede decir que era una pesadilla.

Estaba sentado en una estancia viendo la televisión cuando miré una lámpara sobre una mesilla y me di cuenta de que los cables estaban tomando fuego, así que ni corto ni perezoso los tapé con un tejido grueso que no recuerdo que era. El fuego paró. A la mañana siguiente la luz se fue.

Es un sueño extraño que tampoco me he molestado en buscar su significado y ni tan siquiera sé por qué lo comparto con quienquiera que me lea.

08 junio 2014

Hoy no me quiero afeitar

Hoy no me quiero afeitar ni levantar de la cama ni salir a la calle ni dar explicaciones. Hoy no tengo ganas ni tan siquiera de leer por puro placer, ni estudiar, puede que incluso tampoco tenga ganas de escribir.





Hoy es el primer domingo en el que no tengo unas obligaciones claras después de mi viaje hacia el norte, de modo que puedo permanecer tirado en la cama hasta las dos y sin embargo no me apetece leer como he hecho otros días en análogas circunstancias. Llevo dos domingos sin leer el libro del que ya sólo me faltan cincuenta páginas para terminar, una semana sin afeitarme y he perdido la cuenta del tiempo que llevo sin dormir acompañado.

No sabía lo duro que es sentirse rechazado o más bien ignorado, lo difícil que es olvidar a esa persona que te hace sentir especial y sin embargo para mí sólo fueron ocho meses de una relación que no fue más allá de la amistad en vez de una relación de pareja de casi cinco años.

Antes de que pasase lo que inevitablemente pasó y cuando todo pintaba bonito, ideal y según mis sueños, cuando hablaba con alguien se alegraban por mí y me decían "Venga, que te lo mereces". Ahora cuando recuerdo la frase, pienso que de verdad me lo merezco, como una suerte de pago kármico para empujarme a crecer, continuar evolucionando, caminando hacia adelante.

Tampoco han ayudado los cinco exámenes de esta semana ni los dos exámenes de la semana pasada además del conjunto de cuatro exámenes en Bilbao que me tuvieron ocupado el viernes 30 de mayo desde las 09:00 hasta las 14:00 y de las 15:00 hasta las 16:30 con el consecuente cansancio acumulado. Para mejorar las cosas (léase en sentido irónico) había clases particulares que impartir y preparar, dejándome así muy poco tiempo de descanso efectivo.

Sea como fuere la realidad es que hoy no tengo ganas ni de afeitarme y en un paralelismo con el mito de Sansón creo que debo tomar fuerza del pelo que poco a poco sigue creciendo.

03 junio 2014

La ladrona de gatos

Era una mujer de tez blanca, con los labios permanentemente pintados de rojo, los ojos verdes profusamente maquillados y el cabello de un negro tan intenso como el color de sus pestañas. Nadie sabía a ciencia cierta cómo había llegado a la ciudad ni en qué ocupaba su tiempo durante el día, pero dicen las malas lenguas que durante el día simplemente dormía para salir de caza al amparo de la oscuridad nocturna.


El modus operandi de esta misteriosa mujer era siempre el mismo, conocer hombres en la treintena, independizados y con un gato por mascota. Quedaba con ellos, los convencía para pasar la noche juntos en sus casas (las de ellos), muchas veces con sesiones de sexo salvaje que dejaban las espaldas de sus nocturnos acompañantes llenas de arañazos y su cuellos con marcas de succión, y en el momento en que se había ganado su confianza tras haber dormido juntos, desaparecía al alba.

El problema era que junto con ella desaparecían también los gatos de sus amantes. Incluso se dice que convenció a alguno de sus amigos para que le presentasen a hombres a los que robar sus felinos acompañantes. Jamás nadie supo dónde acababan los peludos animales, hay quien piensa que quería sus pieles para hacerse un abrigo y quien dice que era un complejo plan de adiestramiento felino persiguiendo el oscuro fin de dominar el mundo.

Hay quien dice que la extraña mujer ni siquiera existió, siendo tan sólo una elucubración en la imaginación de un escritor ávido de textos con los que deleitar a sus lectores, aquellos que jamás comentan.


01 junio 2014

El corazón en ruinas

El día había amanecido soleado a pesar de la previsión de lluvia para toda la semana en la región, me levanté según lo previsto, colmé mi estómago con los alimentos presentes en las mesas del alojamiento y después de haber revisado dos veces si me olvidaba algo me dirigí hacia el lugar en el que estaba citado.

Cinco horas después de haber llegado, su figura apareció ante mis ojos, las piernas me temblaban, el tono de mi voz era titubeante y mis ojos eran incapaces de mirar directamente a los suyos, pero de todos modos decidimos compartir comida en una cervecería (un tanto cutre, por cierto). Cuando hubimos terminado de comer era hora de salir corriendo pues de lo contrario llegaría tarde a mi siguiente cita. Nos prometimos que nos veríamos.

El tiempo pasó y salí de aquella sala, testigo de una actuación bochornosa, un guión improvisado y mal interpretado a pesar de que ya estaba todo el pescado vendido y sin embargo al cruzar el umbral y abandonar la estancia, me volvía a reencontrar con la misma persona con la que había compartido la hora de la comida. Nos volvimos a saludar y bajamos hacia la zona del antiguo puerto para tomar algo.

Al llegar al bar del puerto un sillón naranja esperaba vacío que nos acomodáramos en él, proporcionando cierto recogimiento e intimidad. Era el momento, me pedí una bebida piuttosto alcohólica para bloquear mi sentido de la vergüenza y dar el paso que me hubiese llevado al ridículo más absoluto, a darme el batacazo definitivo, pero parece ser que ni siquiera el alcohol pudo contra el sentido común. Sea como fuere, sentía una especie de presión o punzada en el estómago que no supe ni siquiera cómo interpretar.

Tras una hora hablando de otros chicos que no eran yo y asumiendo que no tenía nada que hacer nos fuimos del local, tomamos mi equipaje y nos dirigimos a la estación, lugar donde nos despedimos. La historia terminaba en el mismo punto en el que había comenzado cinco meses antes.

En el trayecto de vuelta a casa las presiones en el estómago eran cada vez más fuertes y la manera de mitigarlas era liberar lágrimas que me reconfortaron durante una parte del viaje. Sentí que yo mismo era una casa en ruinas a la que sólo le queda la fachada; en algún lugar un corazón de cristal había rodado desde la mesilla de noche hasta caer por las escaleras y romperse en mil pedazos.