03 junio 2014

La ladrona de gatos

Era una mujer de tez blanca, con los labios permanentemente pintados de rojo, los ojos verdes profusamente maquillados y el cabello de un negro tan intenso como el color de sus pestañas. Nadie sabía a ciencia cierta cómo había llegado a la ciudad ni en qué ocupaba su tiempo durante el día, pero dicen las malas lenguas que durante el día simplemente dormía para salir de caza al amparo de la oscuridad nocturna.


El modus operandi de esta misteriosa mujer era siempre el mismo, conocer hombres en la treintena, independizados y con un gato por mascota. Quedaba con ellos, los convencía para pasar la noche juntos en sus casas (las de ellos), muchas veces con sesiones de sexo salvaje que dejaban las espaldas de sus nocturnos acompañantes llenas de arañazos y su cuellos con marcas de succión, y en el momento en que se había ganado su confianza tras haber dormido juntos, desaparecía al alba.

El problema era que junto con ella desaparecían también los gatos de sus amantes. Incluso se dice que convenció a alguno de sus amigos para que le presentasen a hombres a los que robar sus felinos acompañantes. Jamás nadie supo dónde acababan los peludos animales, hay quien piensa que quería sus pieles para hacerse un abrigo y quien dice que era un complejo plan de adiestramiento felino persiguiendo el oscuro fin de dominar el mundo.

Hay quien dice que la extraña mujer ni siquiera existió, siendo tan sólo una elucubración en la imaginación de un escritor ávido de textos con los que deleitar a sus lectores, aquellos que jamás comentan.


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